Por Guillermo Rebollo-Gil
no hay que preguntarse una y mil veces
cuánta dulzura se le permitiría a la boca.
acaso superficies de café
y aguaceros
como verbos atortugados en hábito de pan.
nuestra encomienda será otro compartir no menos veloz,
una corazonada realmente,
a todas luces crustácea
y naranja.
cuánta dulzura en la boca para colmar de hombros
el pan, cosa viva, y hombro a hombro este calabozo
muy por debajo de nuestra superficie plena
y bien oliente.
cuánta dulzura se nos permitiría de poder disponer de ella
como crustáceos buscando acomodo
sobre filos de muerte
y compostura.
no hay que preguntarse qué nos detiene.
otro extravío nos arropa.
acaso superficies de café y aguaceros breves
pero con rasguños
como verbos colmados de pan en su mitad.
este calabozo, practico decir,
a todas luces crustáceo y naranja,
con cuánta dulzura se me permite,
una y mil veces.
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